Sunday, November 19, 2006

 

Domingo XXXIII-B- Iglesia San Ignacio - Bilbao

Hoy estamos a 19 de noviembre de 2006 y tenemos una relativamente amplia mirada sobre nuestra historia. Hoy, la liturgia nos propone precisamente unas lecturas que dan fin a ese mundo, unas lecturas que aluden al fin del mundo; lo cual en nuestra mentalidad, en nuestra ciencia y en nuestra cultura suena como una cosa de locos y de lunáticos. Pero si damos un paso más y profundizamos en lo que se nos propone, tal vez esa posible locura se convierta en sabiduría y lo lunático resulte ser cuerdo.

serán tiempos difíciles, como no los ha habido desde que hubo naciones hasta ahora. No sé si hoy es el tiempo más difícil de la historia, pero si creo que como todo en la vida este un momento crucial para el ser humano y crucial en diferentes ámbitos de la vida. Es un tiempo de tomar opciones, de elegir cómo queremos vivir y convivir los seres humanos en este mundo que cada día se nos hace más pequeño.

Nos encontramos ante algunas encrucijadas de gran calado y que simplemente enumeraré tres:
Encrucijada ecológica: Recientemente a terminado la cumbre de Nairobi, que una vez más patentiza el miedo que tenemos a tomarnos la vida en serio. Si se observan algunos datos científicos, y cada vez más consistentes veríamos que a la higuera a la que alude Jesús en el evangelio se está pasando de la primavera al verano; se está dando un calentamiento global de la tierra cuyos efectos también recaen sobre nosotros: el aumento del hambre en África por sequías que producen hambrunas; olas de calor de calor que producen muertos, y principalmente en las personas mayores a las que se abandona en más o menos confortables alojamientos.
La encrucijada de la convivencia: Hay gente que ya habla de choque de civilizaciones, otros lo llamarían globalización; pero se llame como se llame cualquier mirada a la prensa internacional habla de toda clase de conflictos menos de paz y convivencia: hablamos de Israel y sus dos frentes, hablamos de Irak, de Irán, de Afganistán, de Corea del Norte, de Pakistán, de la India: y otros que no salen en las agendas internacionales; como algunos países de África, de Colombia, de Filipinas, de Indonesia y también de nuestra propia Tierra. A ello se añade todo el proceso de migraciones, proceso que no sólo se está dando en nuestro país, sino que se da en todo el mundo con una fuerza imparable y que nos aboca directamente a una convivencia que tendremos que elegir si hacerla humana o al contrario elegir por una convivencia inhumana.
Y finalmente, y esta tal vez parezca menos obvia; pero nos encontramos ante una encrucijada de valores. Y son precisamente nuestros jóvenes los mejores testigos de este cambio de valores que se están dando en nuestro mundo. Se está cambiando el modelo de convivencia de una familia, digamos que tradicional, a otros modelos de convivencia. Estamos pasando de construir un tipo de ciudades a otro tipo bastante diferente. El ocio, el bienestar, la imagen se están convirtiendo en valores prominentes, pero resulta que después ni tenemos ocio porque no dejamos de trabajar, tenemos un bienestar mediocre porque tampoco terminamos de ser felices y qué decir de la imagen; cuando a la mañana nos miramos al espejo y nos damos cuenta que no somos ni Victoria ni David Beckham; que por cierto también están en crisis. Entonces hoy en día tampoco sabemos con claridad qué es lo bueno, cómo y con qué criterios tenemos que encarar la vida; y lo hacemos como podemos, por intuición, dando palos de ciego y por supuesto por el clásico sistema de ensayo error.

Desde luego que hay más encrucijadas y desde luego mucho mejor formuladas, pero lo que hoy nos trae aquí es aquel que vivió y murió en la cruz, encrucijada. Jesús, en su Evangelio nos dice, desde la encrucijada de cómo vivir: Cielo y Tierra pasarán, más mis palabras no pasarán.
La palabra de Jesús es diferente; es una palabra que da vida, es una palabra que cura, que anima, que sana, que da esperanza y que nos llama a la comunión. Es la palabra que convoca a la Iglesia, a sus seguidores a ser testigos del sueño de Dios, es quien nos invita a curar, a acoger a animar. Es la Iglesia la que desea seguir adelante el plan de Dios donde vivamos en un mundo sostenible para todos sus habitantes, en un mundo donde todos vivamos como hermanos y hermanos; y no como enemigos; y en un mundo en que los valores nos saquen de la infelicidad y nos lleven a la felicidad.
Hoy celebramos el día de la Iglesia diocesana, que nos invita a participar de la comunión, como sueño, pero también como realidad que podemos construir. Hagámoslo con la convicción de que en todas las encrucijadas es el Señor el que nos acompaña y que quiere lo mejor para nosotros.
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