Monday, June 27, 2005

 

homilia domingo 13a en Uretamendi a las 13.00 26-06-2005

Primero de todo: Deciros que es una alegría estar con vosotros aquí, celebrando la eucaristía con la comunidad a la que he pertenecido dos años. Agradecerle de nuevo a Quintín la invitación y la oportunidad de estar con vosotros.

Este domingo encontramos un tema común en las lecturas y es que lo de Jesús, lo de Dios se relaciona con todo en nuestra vida, y todo es todo.

En la primera lectura encontramos a Eliseo como hombre de Dios, que así le reconoce la mujer. La mujer le invita a que Eliseo se quede con ellos, como todos nosotros solemos querer que Dios se quede en nuestra casa. Eliseo no es Dios, pero nos recuerda a Dios, como la cruz que solemos tener en la habitación no es Dios, pero nos hace presente a él entre nosotros. Dios quiere estar presente en nuestra vida, y como es el caso de Eliseo también trae buena noticia al anunciarle un hijo a la buena señora.

Pablo nos trae el agradable tema de la muerte, pero una muerte que se transforma en vida. Este es uno de los grandes misterios de nuestra fe. Es el misterio del dolor, el misterio de lo absurdo que al final se convierte en alegría serena y en sentido.
Pero en este enredo de la muerte Pablo hace presente a Cristo, no solo en el tema de que nuestra vida más allá de la muerte, sino en nuestra vida diaria, donde aquellas cosas que la empequeñecen, que la limitan, son superadas por Cristo. Así Cristo se presenta como aquel que nos da vida en las muertes de cada día.

Y finalmente nos encontramos con el evangelio donde se pone a Jesús como el centro de la vida, trastocándola y resituando las cosas de la vida. Donde perder se convierte en encontrar.

Es un evangelio duro, donde podemos entenderlo de manera muy exigente:

-«El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí; y el que no coge su cruz y me sigue no es digno de mí

Estas palabras nunca son una invitación a dejar de querer al padre o a la madre, sino al contrario de entender que en el amor de padre, en el amor de made, en el de hijo, en el de esposo esposa, está Cristo. Podemos entender que querer a Jesús se contrapone al amor de la vida, y más bien es al contrario, lo que nos dice es que pongamos a Jesús en medio de nuestra vida, y especialmente en el corazón de nuestra vida que es el amor.
Y es desde el amor donde se entiende la cruz, es desde el amor donde se entiende cómo las madres sufren y cargan con la cruz y disgustos de sus hijos, como las hijas acogen las enfermedades de los mayores ,…

Cargar con la cruz no es un ejercicio de sufrir más, ya que la vida tiene ya mucho de sufrimiento, sino que es una explicación y concreción de que quien ama sufre. El Padre quería a la humanidad, y en Jesús vemos como ese amor por el hombre y por la mujer es como el sufrimiento de una madre, de un padre, de un hijo, de una esposa o de un esposo.
Por tanto pidamos al Señor que nos dé la gracia de ir poniendo a Jesús en el centro de nuestra vida, para que él ilumine, acompañe nuestros amores y desamores que como en el evangelio al final se concretan en gente con rostro y con nombre
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